jueves, 18 de septiembre de 2008

Como esa

Era su fetiche. La soñaba, comentaba sobre ellas a sus amigas dejando traslucir su deseo en el brillo de sus ojos, en la tensión de su voz cuando ésta soportaba la emisión de su nombre. Recordaba el día que la conoció. Fue en una sobremesa en casa de su amiga Paula. El amor la fulminó. No podía creer la maravilla que veían sus ojos. Dejó de hablar de ella cuando se vio objeto de burlas por parte de quienes no la comprendían. Como siempre en estos casos, terminó por convencerse de que no valía la pena participar a nadie de tan puro sentimiento.

Desde entonces la veía por doquier. En cada escaparate donde intuía que podría encontrarla se frenaba nerviosa, medía a los transeúntes con la mirada, y se acercaba al vidrio. Extasiada, podía contemplarla una y mil veces. De hecho lo practicaba asiduamente. El universo circundante se desvanecía y puedo decir, sin exagerar, que algún contingente observador, con una pizca de suspicacia, habría podido ver entre ellas una línea, un fino cordón de luz durante esos rounds visuales. Lazo amoroso que se ve, que se respira, que se toca. El rito finalizaba cuando algún transeúnte se acercaba para mirar el escaparate, y sintiéndose invadida, se veía obligada a seguir su camino.

Siempre era igual, aunque cambiara su tamaño o del plateado al negro. Pero aún mutando no se libraba de ser encontrada y admirada. La veía como figura en las películas, y su anatomía opacaba incluso el drama más desgarrador que pudiera estar contando la escena. La veía en video clips musicales. La buscaba en las casas de quienes la invitaban. Si la descubría como propiedad de otro sólo le dedicaba unas miradas furtivas. No la nombraba, pero se sentía en una especie de comunidad espiritual con el dueño de casa, aunque fueran solo conocidos.

Le adjudicaba mágicos poderes. Entre ellos, la habilidad de influir sobre el psiquismo de un grupo de personas que se le pusiera a tiro, de animar cualquier velada. Sabía que podía, con su silente presencia, arrancarle confesiones a cualquiera, secretos intrigantes, inimaginables, de madrugada o a plena tarde. Tan omnipotente la estima.

Quiso, en un momento de despecho, virar su deseo hacia una apócrifa. Pero la congoja que supondría el sentirse infiel y pecadora la salvaron de resignarla. No pudo. Tantas veces le había imaginado su destino, y hasta la había coronado reina de sus dominios. La veía corazón de las reuniones que pensaba organizar en un futuro, en el que fuera su nuevo hogar, la presentía dándole ánimos en las largas noches de estudio, confortándola a ella y a quienes la rodeaban.

Llegó el día. Decidida a traerla consigo a cualquier precio, bajó por el ascensor hasta planta baja. Salió a la calle y casi que corrió a su encuentro. Cruzó la puerta de doble hoja, sacó un número (El 58 le tocó. Le gustó que termine en 8, su número preferido) y se ubicó estratégicamente al lado de un estante, a la espera del dependiente que iba a ser el médium de su acoplamiento. Cuando un hombre panzón llamó su número, le hizo señas levantando el papelito y con la espalda recta, la voz inflexible y un resabio de solemnidad dijo, señalando su objeto de deseo: -Quiero una cafetera como esa.

(Mientras termino de escribir esto estoy disfrutando del producto de sus entrañas. Sé que ese cuerpo argento y generoso que refulge sobre la cocina nunca me abandonará. Ni yo a ella. Sepa usted, lejano lector, que probar su hirviente brea engualicha. Ah… ¿No me cree? Considérese advertido.)



1 comentario:

  1. No se...habría que probar a ver qué onda. En breve me espera un té verde microondeado. Un besote y dígale a sus compadres que la corten con el humo :P

    ResponderEliminar

Ahora vos