jueves, 26 de enero de 2012

ocaso y muerte del último idilio adolescente

(mientras escribe no sabe si es cansancio, tristeza o efectos residuales de clonazepam)
Agotada. Así se sentía después de las dos últimas discusiones. La primera, unos días atrás, por causa de la agresiva y grosera contestación que en él despertó su "cara".
El tema de las expresiones faciales de ella había sido un común detonante. Diario, meses atrás. Semanal, últimamente. Ella alegaba años de expresiones iguales. Él reclamaba a gritos la represión de cualquier cara de disgusto, frustración, asco e, inclusive, cansancio (y vaya que su trabajo la cansaba).
De niña había sido de las personas agrupadas como "complacientes compulsivas". vivir en función de los supuestos deseos de los demás es, aparte de imposible, una tarea titánica que suele dejar como saldo lágrimas, escaras en el corazón y la afirmación de la errónea creencia de la poca valía de una misma. El círculo se completó tantas veces...
Esta vez pensó que era diferente.
Amable, ingenioso, dueño de un buen humor crónico, sorpresivamente cariñoso y endiabladamente atractivo para ella. Eso vislumbró en él. Él era de esas personas que creen poco en sí, demasiado en los demás y nada en el futuro. Había sido desencantado muchas veces. Solía atravesar periodos de oscuridad y desolación. Ella compartió el peso de algunos de esos momentos.
Sus manos grandes, poderosas, curtidas, sutilmente ásperas eran su deleite. Añoraba las caricias que cubrían toda su espalda, esa isla de piel indómita, que él había domesticado con ternura.
Ella bajó sus armas. Él se dejó amar con locura. Fundieron corazas. Se desnudaron de cuerpo y alma, gozosos.
Pasado el período de duras pruebas, creyó en la exclusividad de su amor. ¿El de ella? No concebía el amor sin esa arista. Así pasaron dos años entre frenéticas y dulces risas, amor de día, amor de noche. Besos por toneladas, clasificables según tamaño, color, intensidad y duración. Caricias kilométricas, abrazos-candado eternos.
Sudaron sábanas propias, ajenas, pisos, paredes y tapizados. Bacanales cómplices, compartidas y tácitas. Alcoholes, humos y éxtasis de a dos. Se defendieron de otros, de si mismos y de la noche. Soñaron hijos, eligieron nombres. Compartieron más casas que trajines podían soportar los muebles.
Pero la vida no es gratis, no espera y al final, siempre gana. Ella se cansó de esperar, se levantó de la cama, se vistió, dejó la puerta sin llave y se marchó.
El la quiso tentar con un "y si...". Ella lo descartó de un sablazo.
Perdieron. El uno al otro y un futuro de entre los posibles.
Ella ganó lágrimas para el próximo mes y un shot de energía para volver a escribir.
Él ¿quién sabe?