lunes, 30 de septiembre de 2013

Resaca

Otra vez las malditas náuseas. Daba igual que el acondicionador de aire marcara 23 o 32 grados. Sentía el cuerpo caliente, la lengua y los labios hinchados, como quemados. Tragó varios analgésicos y un clonazepan. Vació el vaso de agua con limón, y con mano temblorosa lo dejó en la mesa de luz. Dio unas pitadas al porro, se metió entre las sábanas, se tapó hasta la coronilla y esperó. Y otra vez las putas náuseas.
El cerebro, deshidratado a causa del alcohol ingerido la noche anterior, retumbaba acusador. Alcohol barato, cervezas tibias en vaso plástico en un bar de mala muerte. Barata se sentía también ella. Asqueada. Reincidía: hacer desaparecer días del mapa a fuerza de alterar estados de conciencia. Cualquier excusa era bienvenida para salir a “festejar”. Mejor dicho, a desmadrar. Desangelada, afiebrada, arrepentida y superyoica. Un cóctel demasiado conocido, demasiado repetido.

Desmadrada. Extrañaba a su madre. La había perdido cuando tenía apenas cinco años. Esa misma vez perdió también su memoria. Su tema vital giraba en torno a esa pérdida temprana. Sus obsesivos pensamientos reanimaban una y otra vez los pocos recuerdos que permanecían atesorados en su memoria. El psiquiatra le había diagnosticado una especie de condición mental parecida a una amnesia anterógrada. Entre hipocampo, lóbulos, daño cerebral y un “buena suerte” abandonaron el consultorio con su papá. Aun recuerda las chatitas rojas que llevaba puestas. De cuero suave, con finas tiritas que las ajustaban a los tobillos y un gran moño en cada una.

(no llegó a ser más que una página, por nau)